Datos personales

CURRICULUM LITERARIO E INVESTIGADOR



Julián Recuenco Pérez (Cuenca, 1964) es licenciado en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha, y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con una tesis sobre "El tribunal de Curia Diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII (1808-1836)", publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fruto del ciclo de conferencias que dirigió en la sede conquense de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante los años 2014 y 2015, sobre historia contemporánea de Cuenca, ha coordinado el libro colectivo titulado "Entre la guerra carlista y la Restauración. Cuenca en el último tercio del siglo XIX", publicado en el año 2016 por la Diputación Provincial de Cuenca. Su último libro publicado es "El león de Melilla. Federico Santa Coloma: un general a caballo entre el liberalismo y el africanismo", una biografía de este desconocido militar conquense que vivió a caballo entre la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de África, también por la Diputación Provincial. Su trabajo más reciente, en el que está sumido actualmente, forma parte del proyecto de la Biblioteca de Autores Cristianos "Historia de las diócesis españolas", para el que está realizando el capítulo correspondiente a la historia de la diócesis de Cuenca en el período contemporáneo; y en este mismo campo, ha participado también, en el proyecto titulado "Diccionario de los obispos españoles bajo el régimen del Real Patronato,", dirigido por Maximiliano Barrio Gozalo, y cuyo primer volumen ha sido publicado recientemente por la Biblioteca de Autores Cristianos. En este momento tiene en prensa el libro "Las élites militares conquenses en el reinado de Alfonso XIII (1886-1931)", escrito en colaboración con Pedro Luis Pérez Frías.

Ha realizado también diversos estudios sobre religiosidad popular y cofradías de Semana Santa, entre las que destaca el libro "Ilustración y Cofradías, la Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII", que fue publicado por la Junta de Cofradías de la ciudad del Júcar en el año 2001, y "Cruz de guía", un acercamiento a la Semana Santa de Cuenca desde el punto de vista de la antropología y de las religiones comparadas. Así mismo, es autor de diversas monografías que tratan de la historia de algunas de las hermandades de la Semana Santa de Cuenca: Santa Cena, Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol y Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


En el campo de la creación literaria, ha ganado diversos premios de relatos, poesía y novela. Es autor de las novelas "El papiro de Efeso" (1998), "La mirada del cisne" (2007, Premio Ciudad de Valeria de novela histórica), "El rehén de Cartago" (2009), "Segunda oportunidad" (2011), y "El hombre que vino de Praga" (2016), de los poemarios "El hombre solo" (2007), Premio Villa de Arcas Eduardo de la Rica), "La ciudad vertical (2009), "El salón de baile" (2013, finalista del IV Certamen Poeta Juan Calderón Matador), y "Luna llena de Parasceve" (2013), publicado por la Junta de Cofradías dentro del programa oficial de Semana Santa), así como también de un libro de viajes "Crines de espuma" (2007) y de una colección de relatos, "Tratado de los espejos" (2008).


lunes, 28 de julio de 2025

SORIA: TIERRA DE HISTORIA, LUZ Y LEYENDA

 

Un viaje por la provincia donde se funden Roma y Castilla, la épica y la poesía

 

Soria es una tierra discreta, pero no silenciosa. En sus campos se oye aún el eco de voces celtíberas, de proclamas romanas, de rezos medievales y de versos modernos. Es provincia de castillos y de obispos, de templarios y de poetas. Es, en definitiva, la gran desconocida de todas las provincias que conforman la actual comunidad autónoma de Castilla-León. Un territorio que invita al viajero atento a recorrerlo sin prisa, sintiendo que el tiempo, aquí, avanza de otro modo. Emprendamos, pues, este viaje por la historia y la literatura que forjaron el alma de Soria.

Iniciamos nuestra ruta en Medinaceli, donde la meseta parece inclinarse suavemente hacia el valle del Jalón. Antigua ciudad celtíbera, el oppidum de Ocile, en territorio de los belos, su nombre resuena con ecos árabes y cristianos. Aquí levantaron los romanos en el siglo I un arco triunfal único en España, de tres arcos,  y, siglos después, los musulmanes una alcazaba. Lugar de paso en el camino de destierro del Cid, en Medinaceli se refugiaron su esposa, doña Jimena, y sus dos hijas, doña Elvira y doña Sol, cuando iban a Valencia, escoltadas por Álvar Fáñez y por ciento sesenta y cinco de sus más fieles caballeros, para encontrarse allí con don Rodrigo, que había logrado conquistar la ciudad levantina, y allí volvieron a refugiarse, después de la legendaria afrenta de Corpes. Más allá de la leyenda, aunque el poema la presenta como plaza castellana, en realidad no fue conquistada por Alfonso VI hasta 1104, cinco años después de la muerte del Cid. Medinaceli se convirtió definitivamente en un importante bastión cristiano y, con el tiempo, en cabeza del ducado de Medinaceli, uno de los títulos nobiliarios más poderosos de la monarquía hispánica. Su palacio ducal, obra del arquitecto conquense Juan Gómez de Mora, y su colegiata, conservan la dignidad de la villa, mientras que su plaza mayor porticada sigue siendo un remanso de belleza castellana.

A orillas del río Ucero se alza la noble ciudad de Burgo de Osma, sede episcopal desde que San Pedro de Osma, primer obispo de la nueva diócesis, trasladó hasta aquí el foco espiritual de la antigua Oxama celtíbera. Precisamente por ser ciudad del obispo, Burgo de Osma no tuvo señores feudales: el único señor era el propio prelado. Este singular hecho garantizó su estabilidad y desarrollo. Su catedral, de piedra clara y gótica majestad, levantada sobre la antigua catedral románica, guarda los restos del obispo Pedro. La Universidad de Santa Catalina, fundada en el siglo XVI, y su hospital, de estilo renacentista, dan cuenta de la vocación educativa y caritativa de la ciudad, y sobre todo la de su fundador, el obispo Pedro Álvarez de Acosta; Por todas partes, tanto en la fachada como en el patio, el escudo del prelado, con la rueda de cuchillas de la santa, de la que la familia era devota, y las cinco costillas que aluden a su linaje, de origen portugués, timbrado con el capelo y las seis borlas que hacen referencia a su alcurnia. Caminar por su Calle Mayor y por su homónima plaza, bajo soportales de aire cervantino, es entrar en un espacio suspendido en el tiempo.


Frente a Burgo de Osma, al otro lado del río Ucero, en el llano, la localidad de Osma, y en lo alto del cerro de Castro, los restos de Uxama Argaela,  un importante oppidum celtíbero de los arévacos, que, como Numancia, participó también en las Guerras Celtibéricas, y más tarde se romanizó, convirtiéndose en una ciudad clave en la vía que comunicaba Caesaraugusta (Zaragoza) con Asturica Augusta Astorga (Astorga, León) . El yacimiento conserva restos de sus murallas, una terraza porticada, que probablemente formaba parte del foro, rodeada de tiendas - tabernae-, y con un importante templo con columnas en su parte superior.  También han salido a la luz algunas viviendas, como la Casa de los Plintos, un auténtico palacio,  organizado en torno a dos patios rodeados de habitaciones, una cisterna, y un acueducto que abastecía a la ciudad. También,  una atalaya de época islámica,  construida durante la Reconquista, que ofrece unas vistas espectaculares de ambas ciudades. En época visigoda, la ciudad de Uxama fue sede episcopal, tal y como demuestran las actas de algún concilio toledano.

Soria capital es una ciudad tranquila y austera, cuya esencia se descubre al recorrerla despacio. En su Instituto General y Técnico enseñó Antonio Machado, del que recibe su nombre en la actualidad. El poeta frecuentaba el Círculo Amistad Numancia, donde compartía tertulias con la élite cultural de la ciudad; algunos años más tarde, también la frecuentaría otro poeta, Gerardo Diego, quien también fue profesor en ese mismo instituto. En la pequeña ciudad castellana, Machado conoció a Leonor Izquierdo, con la que se casó en la iglesia de Santa María la Mayor, una pequeña iglesia de austero románico que se asoma a la Plaza Mayor, frente a su ayuntamiento porticado, que ocupa el palacio en donde se reunían los llamados Doce Linajes, una antigua casa que parece estar salida de una leyenda artúrica; no en vano, como los Doce Linajes, los caballeros de la Tabla Redonda también eran doce, y en el siglo XVI, el escribano Alonso Ramírez comparó explícitamente los Doce Linajes con los Doce Pares de Francia y la Tabla Redonda de Inglaterra, sugiriendo una inspiración directa entre la histórica casa y las leyendas artúricas. En realidad, los llamados  Doce Linajes de Soria eran una institución nobiliaria que agrupaba a doce familias hidalgas que tenían privilegios especiales, también bajo un principio de igualdad entre ellas.

No puede faltar la visita a la iglesia de San Juan de Duero, situada a las afueras de la ciudad, junto  curso del río Duero, con su claustro de arcos entrecruzados, joya románica de estética orientalizante. El claustro de la iglesia, construido en el siglo XIII, es uno de los más singulares del románico europeo por su sorprendente fusión de estilos: combina arcos de medio punto típicamente románicos, arcos de herradura de influencia árabe, y estructuras bizantinas, creando un espacio de gran riqueza visual y simbólica. Sus columnas pareadas, capiteles decorados con motivos vegetales y fantásticos, y los arcos entrelazados que se cruzan en ángulos irregulares, lo convierten en una auténtica sinfonía de culturas tallada en piedra. Y por lo que se refiere a la iglesia, propiamente dicha, ésta es una joya del románico castellano del siglo XII, destacada por sus dos templetes únicos junto al presbiterio, que evocan el rito griego, y por su claustro del siglo XIII, de sorprendente mezcla estilística —románica, mudéjar y oriental— que la convierte en uno de los espacios más singulares del arte medieval europeo. Un hermoso enclave, en fin, que inspiró a Gustavo Adolfo Bécquer para escribir una de sus más célebres leyendas, “El Monte de las Ánimas”, ambientada en los parajes que rodean el monasterio; especialmente, en el monte que se alza detrás del claustro, y que, según la tradición, era lugar de enterramiento de caballeros templarios; En efecto, el poeta sevillano, fascinado por la atmósfera mística y melancólica del lugar, convirtió San Juan de Duero en escenario de fantasmas, misterio y romanticismo, consolidando así su vínculo eterno con la ciudad de Soria y su patrimonio medieval.

Al norte de la ciudad de Soria nos aguarda el cerro de La Muela de Garray, donde se libró una de las gestas más recordadas de la antigüedad hispánica: la resistencia numantina frente a Roma. Numancia, capital de la tribu de los arévacos, resistió durante décadas el avance del imperio romano, hasta que, finalmente en el año 133 a.C., el general Escipión Emiliano la cercó con un impresionante sistema de fortificaciones, con el fin de derrotarles por el hambre. Antes de él lo habían intentado ya otros generales romanos. Quinto Fulvio Nobilior sufrió una gran derrota frente a los numantinos, a pesar de que había incorporado a su ejército tropas númidas, que estaban apoyadas por una decena de elefantes, animales que nunca antes se habían visto en aquellas latitudes. Después de él, también sufrieron sendas derrotas Marco Claudio Marcelo y Quinto Pompeyo, y Cayo Hostilio Mancino firmó un tratado con los numantinos que el Senado romano nunca aprobó; por el contrario, entregó a su general a los propios numantinos, atado y vestido con una simple túnica en pleno invierno, dejándolo frente a las murallas de la ciudad. Poco tiempo antes de llegar a Numancia, Publio Cornelio Escipión Emiliano había terminado de derrotar a Cartago en la Tercera Guerra Púnica, por lo que había recibido el sobrenombre de Africano “el Menor” para diferenciarlo de su abuelo, el vencedor de Aníbal medio siglo antes. Los habitantes, antes que rendirse, eligieron la muerte y el incendio. Esta tragedia épica inspiró a Cervantes, a los historiadores románticos y a los ideólogos del regeneracionismo español como ejemplo de dignidad frente a la opresión, más allá de que, detrás de la tragedia colectiva de Numancia, haya en realidad más leyenda que historia. 

Volviendo a la ciudad de Soria, y siguiendo el curso del Duero, llegamos a Gormaz, cuya fortaleza califal domina el horizonte castellano. Fue erigida en el siglo X por orden del califa Hixem II, sobre un castillo anterior de origen visigodo. Se dice que es la fortaleza califal más extensa de Europa, y su silueta, poderosa y solemne justifica esta afirmación. En la Ruta del Cid, Gormaz ocupa también un lugar destacado, pues fue una de las posiciones que Rodrigo Díaz asedió durante su paso por la frontera entre Castilla y Al-Ándalus. El héroe castellano llegó a ser alcaide de Gormaz, lo que significa que tuvo la custodia militar de la fortaleza. En 1081, un ataque musulmán a la población de Gormaz provocó una represalia del Cid contra los territorios de la taifa de Toledo, que en aquel momento estaba gobernada por la familia de los Dil Nun, de origen conquense, y a la que hemos dedicado ya alguna entrada en este blog (ver “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval “, 15 de marzo de 2021; y “Mito y realidad de la princesa Zayda”, 9 de marzo de 2023). Aliados los reyes de Toledo del monarca castellano, Alfonso VI, y realizada la acción, sin tener antes permiso del monarca, este hecho fue una de las causas que motivaron su primer destierro, marcando un punto clave en la biografía del héroe. Desde los elevador muros de Gormaz se contempla un mar de campos castellanos que no ha cambiado en siglos.

Muy cerca de Gormaz se halla San Esteban de Gormaz, cuna de un románico tempranero y creativo. Hasta este luego, el todavía joven Alfonso VIII sería trasladado secretamente, desde Atienza, para protegerlo de las intrigas nobiliarias entre los Castro y los Lara, y en 1187, el rey celebró aquí una Curia Regia, que incluyó por primera vez representantes de los concejos, y que ha sido considerada por algunos estudiosos, como las primeras Cortes de Castilla y de Europa. La iglesia de San Miguel, con su galería porticada y el célebre canecillo del maestro Juliano, que nos da la fecha de finalización de su construcción -IVLIANUS MAGISTER FECIT ERA MCXVIIII; “me hizo el maestro Juliano en la era 1119", correspondiente al año 1081del año actual-  es un ejemplo magnífico de ese estilo aún en fase de ensayo. En cambio, la iglesia de Nuestra Señora del Rivero muestra ya un románico más maduro, solemne y equilibrado. La tradición local sitúa aquí la leyenda, según la cual, Fernán Antolínez, un caballero cristiano que, por devoción, decidió asistir a tres misas en esta iglesia antes de unirse a la batalla del Vado de Cascajar, en el río Duero. Mientras rezaba, un ángel enviado por la Virgen María tomó su forma, montó su caballo, y luchó en su lugar, logrando la victoria frente a los. Cuando Fernán salió del templo, encontró sus armas melladas y su caballo herido, prueba de, de alguna forma, había participado en el milagroso combate. Entonces,el conde García Fernández lo recibió con honores, y desde aquel momento, el antiguo caballero adoptó el nombre de Vivas Pascual, en memoria del día de Pascua en que ocurrió el prodigio. Alfonso X recogió el milagro en las Cantigas de Santa María, concretamente en la Cantiga LXIII.

Soria es tierra de castillos. Uno de los más conocidos por su historia, y de los más descuidados por su conservación, es el castillo de Catalañazor. Ubicado en la provincia de Soria, es una fortaleza medieval que se alza sobre un risco dominando el llamado “valle de la Sangre”, escenario legendario de la derrota del caudillo andalusí Almanzor en el año 1002. Su nombre proviene del árabe Qalat al-Nusur, que significa “castillo de los buitres”. Construido en el siglo XII y reformado en el XIV, fue residencia del linaje de los Padilla, y más tarde de los duques de Medinaceli. Aunque hoy está en ruinas, conserva parte de su torre del homenaje, así como algunos restos de murallas, que evocan su antiguo esplendor como bastión fronterizo entre los reinos cristianos y musulmanes.

Hacia el oeste nos adentramos en territorio de templarios. En Ucero, donde el río homónimo se junta con el Lobos, iniciándose la famosa hoz que, en forma de cañón, le da nombre, se alza un castillo de origen templario, probablemente asentado sobre fortificaciones celtíberas y musulmanas. En la primera mitad del siglo XIII fue la residencia y señorío de Juan González de Ucero, de donde partió para combatir, junto a Alfonso VIII, en la batalla de Las Navas de Volosa. La fortaleza destaca por su triple recinto amurallado, su torre del homenaje, con gárgolas fantásticas, y una bóveda ojival decorada con un agnus dei, símbolo asociado a los caballeros templarios. Incluso posee un pasadizo subterráneo que conectaba con el río para garantizar agua en caso de producirse un asedio. Aunque hoy está en ruinas, su silueta sigue impresionando a quienes se acercan por la cuesta de la Galiana.

Junto al castillo, desde el mirador de La Galiana se divisa el Cañón del Río Lobos, la espectacular garganta del río, uno de los parajes naturales más hermosos de Castilla, más de diez mil hectáreas de paisaje kárstico, que ha sido moldeado por el río Lobos, entre las provincias de Soria y de Burgos. Sus imponentes paredes calizas, cuevas, pozas con nenúfares, y una rica biodiversidad, tanto de animales vertebrados, como los majestuosos buitres leonados que surcan el cielo, como de invertebrados, lo convierten en un destino ideal para senderistas, fotógrafos, y amantes de la naturaleza en general. En su interior, la ermita de San Bartolomé, de origen también templario, se erige como un eje místico y simbólico: su ubicación exacta señala el centro geográfico de la antigua Hispania, según la tradición. Rodeada de leyendas templarias, destaca por su rosetón,  en forma de estrella de cinco puntas, y sus enigmáticos canecillos tallados. Se cree que formó parte de un antiguo cenobio, aunque de él hoy solo queda la capilla. Y detrás de la ermita, la Cueva Grande conserva vestigios de ocupación prehistórica, y también de cultos paganos.

Junto al paisaje histórico de Soria, destaca también su paisaje literario. Antonio Machado inmortalizó la ciudad y su entorno, entre San Polo y San Saturio, en su libro más conocido, “ Campos de Castilla”; en él, el alma del paisaje y la memoria colectiva castellana confluyen: “Allá, en las tierras altas, / por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria, / entre plomizos cerros / y manchas de raídos encinares, / mi corazón está vagando, en sueños.”  Gustavo Adolfo Bécquer, en su “Rayo de Luna” o en “El monte de las ánimas”, también evoca parajes sorianos como escenarios de misterio y pasión. Gerardo Diego, en sus versos dedicados a San Saturio, ofrece otra mirada lírica y mística sobre el Duero soriano. Pocas provincias han suscitado tal caudal de literatura intensa, sentida y hondamente vinculada al terreno. Al norte de la provincia, la Laguna Negra se oculta entre pinares y riscos calizos. Oscura, profunda, de aguas inmóviles, inspiró a Machado uno de sus relatos, “La tierra de Alvargonzález”, reconvertido después en romance e incorporado a su “campos de Castilla”. En la leyenda, los celos y la codicia de los hijos acaban con el padre, cuyo cuerpo es arrojado a la laguna. Es un lugar de silencios densos, que parece contener todos los secretos de la naturaleza castellana. Muy cerca, los Picos de Urbión elevan la mirada hacia el nacimiento del Duero.

Este itinerario ofrece solo un destello del vasto patrimonio soriano. Restan joyas de la historia y de la historia del arte, como la iglesia mozárabe de San Baudelio de Berlanga, con sus pinturas únicas; la colegiata y el castillo de Berlanga de Duero; la muralla y las iglesias de Almazán; el yacimiento arqueológico de Tiermes, otro oppidum arévaco, conocido como la “Pompeya soriana” por sus mosaicos; o la villa romana de La Dehesa. Soria, en fin, es tierra para regresar, para redescubrir, y para dejarse transformar por la huella de la historia y la voz de los poetas.











El podcast de Clio: HISTORIA Y LEYENDA EN EL CORAZÓN DE CASTILLA


viernes, 11 de julio de 2025

UNA FAMILIA CONQUENSE EN EL CORAZÓN DE LA NUEVA ESPAÑA: LOS VELÁZQUEZ DE CÁRDENAS Y LA FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE CARMELITAS DESCALZOS DE UCLÉS

 

El año editorial de María de la Almudena Serrano Mota ha sido, sin duda, uno de los más fecundos de su carrera investigadora. A sus publicaciones sobre “Mil años de historia: castillo, inquisición, cuartel y cárcel”, “La desamortización de la Real Casa de Santiago de Uclés (Cuenca)“ y “El monasterio de la Concepción Francisca de Cuenca. Documentos para su historia (1498-1886)”,  ya comentados en este mismo blog (ver “Dos libros de Almudena Serrano sobre la historia del Archivo Histórico Provincial de Cuenca y sobre la Real Casa de Santiago de Uclés”, 9 de julio de 2024; y “Un nuevo libro sobre documentación histórica: el convento de la Concepción Francisca de Cuenca”, 21 de octubre de 2024), se suma ahora este nuevo y revelador estudio: “Los Velázquez de Cárdenas en Nueva España y la fundación del convento de carmelitas descalzos de Uclés ”, que rescata del olvido la figura del capitán Antonio Velázquez de Figueroa y León, un personaje esencial para entender los vínculos entre Castilla, y Cuenca en particular, y el mundo indiano, y cuyo protagonismo hasta ahora apenas había sido advertido por la historiografía local. Sin embargo, hay que señalar que la autora, aunque historiadora de formación, es, sobre todo, archivera de vocación,  y bajo estas señas de identidad es en las que ha escrito este nuevo ensayo; un ensayo que, por ello, no es, en esencia, una biografía del personaje, sino un análisis de toda la documentación encontrada sobre él y su linaje. A este respecto, es clarificador que, como en los otros tres textos ya citados, el libro ha sido editado por la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía.

Yo, sin embargo, que soy historiador de formación y de vocación, voy a resaltar el aspecto histórico de este personaje, más que el documental propiamente dicho, poniendo en valor la figura de un conquense casi desconocido hasta ahora, que supo trasladar al nuevo continente un linaje familiar que terminaría por convertirse en testigo de sendos procesos históricos, si se quiere contrapuestos: la hispanización del nuevo continente, y la independencia y el nacimiento de un nuevo país, México; pero que en su conjunto forman parte de la historia y del presente, de la cultura en esencia, de aquel país hermano.

Natural de Uclés, Antonio Velázquez de Figueroa emprendió en 1562 un viaje a la Nueva España, donde iniciaría una trayectoria marcada por el servicio a la Corona, la exploración de nuevos territorios y la consolidación de una poderosa estirpe criolla vinculada a la minería. Era descendiente de una familia de discutida nobleza, como revela la ejecutoria de hidalguía de 1535 solicitada por su padre, Rodrigo Velázquez, frente a la oposición del concejo ucleseño, que los consideraba como pecheros. Según este documento, nuestro personaje descendía de figuras vinculadas al entorno cortesano del rey Enrique IV: era tataranieto de Luis González de León, que había sido corregidor de Carmona en tiempos del monarca castellano. Según esta ejecutoria, el litigante, Rodrigo Velázquez, era nieto de Pedro de León - tratante de ganado lanar y cabrío, quien también había hecho negocios con los comerciantes genoveses instalados en Castilla, además de haber sido nombrado caballero de la Orden de Santiago-, y de Catalina Viedma. Y era hijo, a su vez, de Amaro Velázquez y de Inés Alonso de Montemayor. Tanto su abuelo como su padre habían sido vecinos de la villa de Torrubia, que pertenecía a la misma orden de Santiago. El mismo litigante, Rodrigo Velázquez, era soldado del rey, llegando a alcanzar el rango de alférez, y había contraído matrimonio con Catalina Mexía de Figueroa. Uno de los hijos de este matrimonio fue el citado Antonio Velázquez de Figueroa.

La familia mantenía además lazos con los hermanos Juan y Rodrigo Velázquez de León, quienes se habían establecido en el nuevo continente en los primeros años del descubrimiento, y estaban emparentados con el célebre adelantado Diego Velázquez de Cuéllar; los tres habían nacido en esta villa de la provincia de Segovia. Estos vínculos facilitaron la incorporación de Antonio a los círculos del poder virreinal en México. Así, nada más llegar a América, el capitán Antonio Velázquez entró al servicio del virrey, Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, con quien ya mantenía una relación previa, al haber servido como paje de su esposa, Ana de Castilla. En 1563 fue comisionado por éste para supervisar en Veracruz el navío de aviso de la flota real, y poco tiempo más tarde participó en la expedición de Tristán de Luna a la Florida, aunque en este momento existen dudas cronológicas sobre el momento real de su llegada a Nueva España, pues dicha empresa había partido en 1561, un año antes de la fecha oficial del embarque según el catálogo de pasajeros. Todo apunta entonces a que su llegada había sido anterior a la fecha registrada, una hipótesis razonable a la luz de los servicios que prestó y del reconocimiento que obtuvo.

En su carrera como funcionario, fue alcalde mayor de Xilotepeque e Yscateupi, corregidor de Cuyseo y combatiente en la guerra contra los indios chichimecas. Participó también en la fallida fundación de Santa Elena —en el actual estado norteamericano de Carolina del Sur—, un punto olvidado de la geografía colonial, que testimonia los intentos tempranos de la monarquía hispánica por expandirse hacia el norte del nuevo continente. Hay que tener en cuenta que, en la terminología propia del siglo XVI, el territorio de la Florida no se ciñe sólo al actual estado, que cierra por el norte la bahía de México, sino que se extiende, también, por los actuales estados de Carolina del Sur, Georgia y Alabama.

La vida del capitán dio un giro definitivo al contraer matrimonio con Isabel de Cárdenas, quien era hija de Pedro Pérez de Cárdenas, un antiguo combatiente de la guerra de Jalisco, en la que había fallecido. Este matrimonio incorporó al patrimonio familiar unas ricas minas de plata en Zacualpan, cuya explotación aseguró la fortuna de los Velázquez de Cárdenas durante muchas generaciones. Y por otro lado, una parte sustancial del capital obtenido de las minas viajó a Castilla. En concreto, más de veinte mil ducados fueron enviados a Uclés, donde sirvieron para la creación de un mayorazgo a favor de su hijo, Amaro Velázquez de Cárdenas, conocido como "el mayorazgo de indios" por el origen americano de la fortuna. Ese mismo caudal financió también la fundación del convento de carmelitas descalzos de Uclés, en la que participaron tanto Antonio, su esposa y sus hijos, como dos hermanos de Antonio, el maestro Amaro Velázquez de Figueroa, y otro más. que es más reconocido por el nombre que había adoptado al entrar en la propia orden carmelita, fray Francisco del Santísimo Sacramento. Este convento, además de reflejar la religiosidad barroca y el deseo de redención de los propios indios, simboliza la permanencia del vínculo con la patria chica, aún desde la lejanía del virreinato.


Durante el siglo XVII, los Velázquez de Cárdenas consolidaron su posición en Nueva España y en Castilla. Rodrigo, Amaro, Fernando, José Antonio y Francisco Antonio, se fueron sucediendo, generación tras generación, al frente del linaje y en la gestión de minas y el mayorazgo. La figura más destacada del linaje, ya en el siglo XVIII, fue Joaquín Velázquez de Cárdenas y León, un científico ilustrado que participó en la expedición a California, que había sido organizada por el virrey, Joaquín de Montserrat, y estaba dirigida por José de Gálvez, y que representa el tránsito entre la nobleza militar y el saber ilustrado. Hijo de Francisco Antonio Velázquez de Cárdenas, había nacido en 1732, en la hacienda minera de Acevedotla, ubicada en el actual municipio de Zacualpan, y que, como sabemos, pertenecía a la familia desde el siglo XVI. Fue abogado, matemático, astrónomo, escritor, y además, un experto en minería, una de las actividades económicas más importantes del virreinato.

Desde muy joven, Joaquín Velázquez de León se destacó por su gran curiosidad intelectual. Estudió derecho, pero su interés por el conocimiento lo llevó mucho más lejos. Fue discípulo del célebre matemático y astrónomo español José Antonio Alzate, con quien compartió la pasión por las ciencias naturales y exactas. No era raro verlo estudiar los cielos con instrumentos astronómicos o recorrer minas analizando la geología del terreno. Pero su saber no se quedó sólo en los libros: participó activamente en expediciones científicas, como la ya citada de Gálvez, y fue uno de los primeros novohispanos en aplicar métodos matemáticos y astronómicos al estudio del territorio. A petición de la corona, se dedicó a la medición de meridianos y levantamientos topográficos, con el fin de mejorar el conocimiento del virreinato, combinando su formación científica con una clara vocación de servicio al rey.

También tuvo un papel importante en la reforma de la minería. Velázquez de León no sólo estudió los minerales y los procesos de extracción, sino que propuso mejoras técnicas y administrativas. Fue nombrado inspector general de minas, y promovió el uso de herramientas científicas en una actividad tradicionalmente artesanal. En este ámbito, sus conocimientos matemáticos eran fundamentales para calcular vetas, pendientes y flujos de trabajo. Además de sus trabajos técnicos, escribió varios tratados sobre astronomía, matemáticas y minería, aunque muchos de ellos permanecieron manuscritos, sin llegar nunca a las prensas de la edición, y los que lo hicieron, fueron siempre poco difundidos. Como buen ilustrado, creía firmemente que el conocimiento debía ponerse al servicio del bien común, y que la ciencia podía mejorar la vida de las personas. Joaquín Velázquez de León murió en 1786, pero su legado perdura como símbolo de una Nueva España culta, científica y abierta a las ideas del progreso. Fue, en muchos sentidos, un adelantado a su tiempo: un hombre que supo unir razón, ciencia y compromiso social.

Sin embargo, con la llegada del siglo XIX, los descendientes del linaje se alejaron definitivamente de la metrópoli. Criollos por cultura, educación y espíritu, tomaron partido por la independencia de México. Tal es el caso de Joaquín Velázquez de León (1803–1882). Éste era hijo de Juan Felipe Neri Velázquez de León García de Pereda, y de Guadalupe Álvarez de Guitién y Alarcón; y era nieto, a su vez, de Fernando Velázquez de Cárdenas y León. Fue éste un personaje fascinante del México del siglo XIX. Nacido en la ciudad de México en 1803, creció en una época de grandes cambios, marcada por la lucha por la independencia y la búsqueda de una identidad nacional. Desde joven, mostró una gran pasión por el estudio. Se formó como ingeniero en el Real Colegio de Minería, uno de los centros científicos más importantes de América en aquel tiempo. Allí destacó por su interés en las matemáticas, la geografía y la física, disciplinas que consideraba fundamentales para el desarrollo del país. Llegado el momento del estallido revolucionario, se incorporó al ejército de Agustín de Iturbide, y fue más tarde profesor en el Colegio Militar. En los años siguientes, fue jefe de la Comisión Mexicana en Washington, ministro de Fomento del nuevo país nacido de la revolución, y director del Colegio de Minería, en el que había estudiado, contribuyendo así a la construcción del nuevo estado mexicano desde las instituciones republicanas.

Pero Velázquez de León no se quedó solo en el mundo académico. Pronto se involucró en la política y en la diplomacia, convencido de que el joven país necesitaba tanto ciencia como instituciones fuertes. A lo largo de su vida ocupó varios cargos importantes, entre los que destacó su etapa como ministro de Relaciones Exteriores, durante el Segundo Imperio Mexicano, encabezado por Maximiliano de Habsburgo. Aunque este periodo fue breve y polémico, Joaquín intentó tender puentes entre México y las potencias europeas, buscando siempre el bien del país.

Joaquín Velázquez de León murió en 1882, pero dejó tras de sí una huella profunda. Representa a esa generación de mexicanos que creyeron que el saber y el compromiso podían cambiar la historia. Hoy, su vida nos recuerda que ciencia y política no deben estar reñidas, y que es posible servir a la patria con inteligencia, moderación y visión de futuro. Lo más llamativo de su figura es que, a pesar de vivir en una época de guerras, golpes de Estado y rivalidades políticas, nunca dejó de lado su vocación científica. Fue un defensor del progreso, de la educación y del pensamiento racional. Para él, el conocimiento no era un lujo, sino una necesidad, para que México pudiera salir adelante.

En conclusión, el libro de María de la Almudena Serrano no sólo rescata a un personaje olvidado del siglo XVI, sino que reconstruye con notable precisión documental la genealogía, el ascenso y la transformación de una familia conquense que llegó a ser protagonista de la historia atlántica. En su prosa rigurosa y clara, Serrano demuestra cómo lo local y lo global se entrelazan en las trayectorias de los linajes que, desde lugares tan discretos como Uclés, proyectaron su influencia hasta los confines del imperio español, y más allá. Una obra que enriquece la historia de la colonización, la nobleza indiana y la memoria transatlántica de Castilla.




 






El Podcast de Clio: LOS VELÁZQUEZ DE CÁRDENAS: DE UCLÉS A NUEVA ESPAÑA

lunes, 7 de julio de 2025

EL ESPIONAJE BRITÁNICO AL SERVICIO DE LA NEUTRALIDAD ESPAÑOLA

 

Mucho es lo que se ha escrito sobre el papel que jugó España durante la Segunda Guerra Mundial, un papel que fue desde la obligada neutralidad, provocada por la situación en la que se encontraba el país después de una guerra fratricida que había durado tres años, pasando por una no beligerancia, que en realidad suponía también una forma de beligerancia, y por una colaboración un tanto velada, pero manifestada en la creación de la División Azul, integrada en la Wehrmacht que combatió en el frente ruso entre octubre de 1941 y el mismo mes de 1943, hasta, de nuevo, una nueva fase de neutralidad, sobre todo a partir de la Operación Torch, Operación Antorcha, desarrollada por los ingleses y los norteamericanos en el mes de noviembre de 1942, y que supuso el desembarco de sus tropas en el norte de África, y el principio de la victoria de los aliados en el conflicto.

El tema del espionaje ya se había tratado anteriormente en otros estudios, alguno de los cuales he comentado ya en este mismo blog (ver “Hora Zero. El espionaje inglés en territorio español durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, 26 de agosto de 2021) Sin embargo, el libro “El espionaje británico y Franco”, del profesor Luis Horrillo Sánchez tiene la originalidad de hacerlo a partir de la desclasificación de un buen número de documentos procedentes de los servicios secretos británicos, lo que ha posibilitado responder a muchas preguntas que, hasta el momento, no tenían respuesta; y si la tenían, era desde un punto de vista demasiado parcial e interesado.

El autor ha definido al espionaje como la última posibilidad de evitar la guerra entre dos países enfrentados, cuando la diplomacia ha fracasado. En este sentido, ¿qué papel juega el espionaje, y en concreto el espionaje realizado por los servicios secretos británicos, en la supuesta neutralidad española en la Segunda Guerra Mundial? Antes de nada, hay que recordar que el papel jugado por España, sobre todo en los primeros años de conflicto, fue más allá de esa supuesta neutralidad. Recordamos la contraportada del libro: “En contra del mito asentado, España no fue neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, se convirtió en un escenario más del conflicto bélico, con un papel decisivo para que los aliados pudieran llevar a cabo su desembarco en el norte de África en 1942. Para ello, las comunicaciones españolas fueron interceptadas por ambos bandos, su producción controlada, sus medios de prensa fueron censurados, y en su territorio operaron centenares de espías. Franco sacó un gran rédito de hacer creer, falsamente, a los españoles, que había librado al país de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, cuando, en realidad, fueron la diplomacia y el espionaje británico, los que jugaron un papel esencial en el mantenimiento de la neutralidad española.”

Luis Horrillo, historiador y experto en relaciones internacionales, ofrece en este libro un análisis riguroso y sorprendente sobre el papel de los servicios secretos británicos en la España franquista durante la Segunda Guerra Mundial. A través de una documentación exhaustiva, en gran parte inédita, el autor desvela cómo el régimen de Franco fue menos dueño de su destino de lo que a menudo se ha creído, especialmente en lo relativo a la decisión de mantenerse al margen del conflicto mundial.

Uno de los grandes aciertos del libro es desmontar la idea, sostenida durante décadas por el relato oficial del franquismo, de que fue Franco quien, en un gesto de astucia o neutralidad estratégica, decidió no entrar en la guerra. Horrillo demuestra, sin embargo, que esta decisión fue tomada en gran medida por los propios bandos en lucha, y especialmente por Alemania y el Reino Unido, que tenían sólidos motivos para no querer a España implicada directamente. Por parte alemana, Hitler valoró la posibilidad de incorporar a España al Eje, pero tras ocupar Francia en 1940, cometió un error crucial: orientar su política expansionista hacia el Este, en dirección a Rusia, en lugar de asegurar su retaguardia en el sur de Europa a través de la península ibérica, era, como es sabido, la Operación Barbarroja, con el fin de derrotar a su antiguo aliado del Pacto Ribbentrop-Molotov, operación que desde muy pronto conocían los aliados, quienes informaron a Stalin de las pretensiones nazis, aunque el propio Stalin desconfió de la veracidad de la información, lo que generó un nuevo error, ahora por parte de los soviéticos.

Esta omisión estratégica abrió espacio a la acción británica, que ya había identificado claramente cuál era su objetivo principal en la región: la defensa de Gibraltar y, con ella, el control del acceso entre el Mediterráneo y el Atlántico. La activación de la operación Barbarroja por parte de los nazis hizo que los británicos dejaran de lado la operación Goldeneye, que ellos habían diseñado para el caso de que España se activara finalmente en la guerra, de parte de los alemanes, o de que estos invadieran la península Ibérica. Ésta era un plan secreto británico diseñado por Ian Fleming —sí, el futuro escritor de novelas de espionaje, creador de James Bond—, mientras trabajaba para la División de Inteligencia Naval del Reino Unido. Su objetivo principal era vigilar y proteger el Estrecho de Gibraltar en el caso de que España, bajo el régimen de Franco, se aliara con la Alemania nazi o fuera invadida por el Eje. El plan perseguía varios aspectos de vital importancia: establecer una red de vigilancia y sabotaje en la península ibérica, mantener comunicaciones seguras entre Londres y Gibraltar mediante enlaces cifrados, preparar operaciones de guerrilla y sabotaje contra infraestructuras clave si los nazis tomaban el control de la región, y coordinar con agentes en Tánger y en Madrid, como Alan Hillgarth, y con aliados estadounidenses como William Donovan, fundador de la OSS (precursora de la CIA). Aunque, como hemos dicho, nunca se activó por completo, ya que España no entró en la guerra, el plan se mantuvo en alerta hasta 1943. Curiosamente, Fleming usaría más tarde el nombre de la operación, Goldeneye, para su casa en Jamaica, en donde escribió las novelas de 007, y ese mismo nombre inspiró la película Goldeneye, la primera de las cuatro en las que el actor irlandés Pierce Brosnan protagonizó al famoso espía, en 1995.

Por su parte, el Reino Unido, consciente de que el dominio del Estrecho era vital para su logística, su comercio y sus operaciones militares, desplegó una estructura de inteligencia bien organizada en la península. Horrillo describe con detalle cómo, con base central en Madrid, los servicios secretos británicos establecieron centros operativos en los principales puertos españoles: Cádiz, Algeciras. La Coruña, San Sebastián, Sevilla, Barcelona, Valencia, Cartagena y Alicante, entre otros. También crearon una red en el norte de África, especialmente en Ceuta, Melilla, Tánger y Tetuán, lugares clave para el control del litoral y la preparación de futuras operaciones. En este organigrama, Madrid, como capital y sede del Gobierno, fue la sede principal del espionaje británico, en la que se coordinaban los informes del resto de puntos de acción. Éstos, tal y como se ha dicho, coincidían con los principales puertos españoles, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo.


El libro también subraya la importancia del control del Mediterráneo para el Reino Unido, que necesitaba asegurar su influencia sobre el norte de África y el canal de Suez, y del Atlántico, donde el comercio marítimo y la preparación de operaciones como Antorcha exigían una estrecha vigilancia de los puertos atlánticos, incluidos los de Marruecos. En el Atlántico destacaban las ciudades de Cádiz, La Coruña y San Sebastián. Mientras tanto, en el Mediterráneo, la principal actividad se desarrolló, como no podía ser de otra forma, en torno a Gibraltar. Por eso no es de extrañar que, junto a la “Roca”, las redes se establecieron en los puertos más cercanos, como Cádiz y Algeciras, además de los grandes puertos de Barcelona o de Valencia, además de otras ciudades de gran valor estratégico y militar, como Cartagena y Alicante. Y junto a ello, además, la actividad también se extendió a las plazas norteafricanas: Ceuta, Melilla, Tánger, Tetuán,… Estos puestos funcionaban también como centros logísticos y de contrainteligencia, ya que el espionaje alemán también estaba muy presente en la zona.

Gibraltar, que era posesión británica desde 1713, se convirtió, durante la Segunda Guerra Mundial, en un activo estratégico vital para el Reino Unido. Su posición, en el extremo sur de la península ibérica, permitía controlar el paso entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo, canalizando el tráfico marítimo y dificultando el acceso de submarinos alemanes al "mar interior". Horrillo destaca que la defensa de Gibraltar no solo se centró en la fortificación del Peñón, sino en garantizar que la costa española adyacente no cayera en manos hostiles. Por eso, el Reino Unido puso tanto interés en conocer con exactitud todo lo que sucedía en los puertos cercanos y en establecer redes de espionaje capaces de anticipar movimientos de tropas, sabotajes o cooperación con los alemanes. Además, Gibraltar fue base de operaciones para los submarinos, destructores y unidades de inteligencia, incluyendo operaciones conjuntas con servicios secretos españoles "no oficiales" que colaboraban, directa o indirectamente, con los británicos.

Horrillo hace constar en el libro, negro sobre blanco, el verdadero papel, muchas veces controvertido, que jugaron en estas redes algunos personajes importantes. En este sentido, hay que destacar como tanto los ingleses como los alemanes sobornaron muchas veces a algunos generales y ministros del régimen, con el fin, especialmente los primeros, de que nuestro país se mantuviera neutral en el conflicto: “Los británicos ofrecían comida a cambio de paz, mientras los alemanes ofrecían guerra a cambio de su ayuda económica”; quizá sea éste uno de los asuntos que han quedado más claros después del libro de Horrillo. Y precisamente, junto a la comida -hay que tener en cuenta que fue su apoyo, precisamente, lo que posibilitó la entrada en el país del trigo argentino, lo que ayudó a paliar la gran hambruna que España sentía a principios de los años cuarenta-, los ingleses regaron con dólares y libras esterlinas las voluntades de aquellos que podían decidir la entrada o no de España en la guerra.

Uno de esos personajes que tenía capacidad de decidir, pese a no ser un prestigioso militar ni un político del Gobierno, fue el empresario Juan March. Mucho se ha escrito del papel jugado por el empresario tanto en la Guerra Civil como en la Segunda Guerra Mundial, y lo cierto es que se había dejado seducir por ambos bandos. En efecto, el poderoso financiero mallorquín, jugó un papel clave en las intrigas de espionaje y diplomacia encubierta durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque España se mantuvo oficialmente neutral, March actuó como intermediario entre el Reino Unido y altos mandos del régimen franquista. Algunos investigadores han documentado que March facilitó operaciones comerciales que beneficiaron indirectamente a la Alemania nazi, como el tráfico de wolframio, un mineral estratégico, o el uso de barcos españoles para sortear bloqueos. Sin embargo, también hay pruebas sólidas de su colaboración con los británicos, como la fundación de Juan March & Co. en Londres, donde incluso trabajaban agentes del servicio secreto. A través de la llamada Operación SOBORNOS, March canalizó fondos británicos para sobornar a generales y figuras influyentes del franquismo con el objetivo de evitar que España se uniera al Eje. Su cercanía con el poder y su habilidad para moverse entre intereses opuestos lo convirtieron en una figura indispensable para los británicos. En resumen, March fue un operador pragmático y oportunista que usó su influencia para moldear la política exterior española desde las sombras, beneficiándose económicamente mientras ayudaba a mantener la neutralidad de España en el conflicto.

En realidad, Juan March no fue el único, en aquel ambiente tenso marcado por las intrigas y con la guerra de fondo, que mantuvo el juego extraño del agente doble, o incluso triple. El propio jefe de la Abwehr, la agencia de espionaje del Tercer Reich, Wilhelm Franz Canaris, participó también de ese doble juego. Canaris había sido almirante de la Kriegsmarine, la marina de guerra nazi, y, desde 1935, jefe de la Abwehr. Aunque inicialmente apoyó al régimen nazi, con el tiempo se convirtió en una figura ambigua y contradictoria dentro del aparato militar alemán. Desde su posición en la inteligencia, Canaris llevó a cabo una doble vida: por un lado, dirigía operaciones de espionaje para el régimen; por otro, saboteaba discretamente los planes de Hitler y colaboraba con la resistencia alemana y con servicios de inteligencia aliados, filtrando información a los aliados con el fin de hacer fracasar los intereses de Hitler, y protegiendo a los judíos y a los opositores al régimen. Incluso llegó a participar indirectamente en la conspiración del 20 de julio de 1944 para asesinar a Hitler, la llamada Operación Valkiria, el intento del golpe de estado que un grupo de oficiales de la Wehrmacht intentó dar en el verano de ese año para poner fin al conflicto armado.

Aunque se sale un poco del principal tema de interés del libro, creo interesante hablar de este plan, que podía haber adelantado tres años el final de la guerra, y que, sin embargo, lo que provocó fue un incremento en el proceso esquizofrénico del dictador nazi. Bajo la cobertura de un antiguo plan, diseñado originalmente por el ejército alemán para mantener el orden interno en caso de que se produjeran disturbios, los golpistas,un grupo de oficiales de la Wehrmacht, intentaron asesinar a Adolf Hitler dentro de su bunker. El 20 de julio de 1944, el coronel Claus von Stauffenberg, un antiguo héroe de la operación Barbarroja y del Africa Korps, donde había resultado gravemente herido -perdió el ojo izquierdo, la mano derecha y dos dedos de la mano izquierda- colocó una bomba en la sala de reuniones de la Guarida del Lobo, el cuartel general de Hitler en Prusia Oriental. Aunque la bomba explotó, Hitler sobrevivió con heridas leves. Tras el atentado fallido, los conspiradores fueron arrestados y ejecutados, y el régimen nazi desató una brutal represión. Se calcula que más de 200 personas fueron ejecutadas y miles arrestados. Canaris fue arrestado por los nazis en julio de 1944, tras descubrirse su implicación en actividades conspirativas. Fue encarcelado y, finalmente, ejecutado el 9 de abril de 1945, apenas unas semanas antes del final de la Guerra. Su muerte fue brutal: fue colgado en el campo de concentración de Flossenbürg tras un juicio sumario ordenado por Heinrich Himmler. Se dice que sus últimas palabras fueron una oración.

Una de las principales operaciones aliadas destacadas en esta parte del conflicto, cuyo resultado ocupa un lugar central en el libro de Luis Horrillo, fue la Operación Antorcha -Operation Torch-, nombre en clave del desembarco aliado en el norte de África en noviembre de 1942. Esta operación militar implicó a fuerzas británicas y estadounidenses, que atacaron simultáneamente en tres puntos clave: Casablanca , en el Marruecos francés, Orán y Argel, en Argelia. El objetivo de la operación era doble: por una parte, arrebatar a las potencias del Eje el control del norte de África, impidiendo una expansión hacia Egipto y el canal de Suez; por otra parte, establecer una base de operaciones para la posterior invasión del sur de Europa (a través de Italia y los Balcanes). El resultado positivo de la operación fue crucial para el desarrollo futuro de la Segunda Guerra Mundial, por varios motivos: fue la primera vez que fuerzas británicas y estadounidenses colaboraron en una operación militar de gran escala, lo que fortaleció la coordinación entre ambos países; se abrió un nuevo frente en la guerra, pues, al invadir el norte de África (Marruecos y Argelia), los aliados obligaron a las fuerzas del Eje a dividir sus recursos, aliviando la presión sobre la Unión Soviética en el Frente Oriental; la operación permitió a los Aliados asegurar rutas marítimas clave y preparar el terreno para futuras campañas, como la invasión de Sicilia y la posterior entrada en Italia; finalmente, fue una victoria significativa que elevó la moral aliada y demostró que una ofensiva coordinada podía tener éxito contra las potencias del Eje.

El impacto de la operación Antorcha en España fue inmediato: el régimen franquista comprendió que el Eje podía perder la guerra, y comenzó a distanciarse discretamente de Alemania e Italia, adoptando una actitud más cercana a los aliados, especialmente al Reino Unido. Horrillo señala este punto como el verdadero giro diplomático del franquismo en la guerra, lejos de la pretendida neutralidad. A partir de esta acción, que marcó el principio del fin para el dominio alemán en África, España comenzó a virar diplomáticamente hacia los aliados. Horrillo señala cómo, desde ese momento, el régimen franquista comenzó a mirar con mejores ojos a Gran Bretaña, al percibir el posible desenlace del conflicto y temer represalias por su inicial cercanía al Eje.

En definitiva, el espionaje británico en la península ibérica se orientó a un objetivo claro: asegurar el dominio marítimo, garantizar la neutralidad (o al menos la pasividad) de España, y preparar el terreno para las grandes operaciones militares que vendrían después. Por su parte, “El espionaje británico y Franco es una obra reveladora” que nos invita a repensar el papel real de España durante la Segunda Guerra Mundial, no desde la óptica de la propaganda franquista, sino desde la mirada pragmática y calculadora de los servicios de inteligencia británicos. Luis Horrillo, con un estilo ágil y bien documentado, aporta una visión novedosa que enriquece nuestra comprensión de las relaciones internacionales en un momento crucial del siglo XX.









El podcast de Clio: ESPIONAJE BRITÁNICO Y NEUTRALIDAD ESPAÑOLA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


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